jueves, febrero 08, 2007

De independientes, dependientes e indecentes

Glosaba ayer J.A. García Amado el lamentable espectáculo de estos jueces nuestros (grandes han debido ser nuestros pecados para haber tales juzgadores) cuyos votos pueden determinarse con inflexible certeza averiguando quién propuso su nombramiento. La imagen que ofrecen estos magistrados de granítica ligazón política es tan indignante que ganas me entran de tornarme epigramático, mordaz y quevedesco para así protestar en verso.

Con jueces y políticos de este jaez, las coplas me salen solas. Podría, por ejemplo, decir:

"Con una venda cegada,
pintaban a la Justicia.
La venda, caída al cuello,
sírvele ahora de brida."

O si no:

"Si quieres saber, Perico,
el juicio del magistrado,
mira el forro de la toga
a ver quién se la ha pagado."

Pero en fin, dejemos los versitos y pasemos a las consejas históricas, que son más habituales por estos reinos. No es novedad que quienes mandan deseen hacerlo sin cortapisas, por eso, la existencia de poderes independientes siempre ha molestado lo suyo a reyes, cónsules o emperadores. Antes de la Revolución Francesa la mosca cojonera que más inquietaba los testes reales no era la Justicia, que era Justicia del Rey, sino la Iglesia. La solución más cómoda para evitar las molestias que podían causar los clérigos probos y acusadores era colocar un amiguete en el papado o, a falta de medios suficientes, en el obispado correspondiente.

Enrique II, rey de Inglaterra, que no paraba de tener problemas con la Iglesia Católica en general y el arzobispo de Canterbury en particular lo sabía muy bien. Por eso, cuando el obispo Teobaldo falleció en 1161, pulsó todos los hilos que estaban a su alcance para que le sucediera su más íntimo amigo, el Lord Canciller Thomas Becket. El tal Thomas era un tipo curioso; mientras fue canciller fue el más eficaz de los servidores del Rey, cumplió con firmeza sus órdenes, presionó por igual a clérigos y seglares, acompañó al Rey en negocios y francachelas y juntos dejaron exhausto y agotado al gremio de suripantas, rameras, izas, rabizas y colipoterras de la ciudad de Londres y alrededores. Se conoce que el señor Becket consideraba que aquellas eran sus obligaciones como canciller, pero su idea de las responsabilidades de un obispo eran muy distintas. Al cabo de ser investido en su nueva dignidad Thomas cambió el jubón por el cilicio, el putiferio por la catedral y la obediencia al Rey por la más firme defensa de los derechos eclesiásticos que jamás conoció el país inglés.

A Enrique no le sentó demasiado bien el viraje de su amigo. Su enemistad fue creciendo al paso de los años hasta culminar con el asesinato del obispo en el atrio de su propia iglesia el 29 de diciembre de 1170. Dicho sea de paso, fue un error monumental. Si Becket era peligroso como obispo respondón, como reverenciado mártir de la libertad era temible. Tan presionado se llegó a ver el monarca -la excomunión le rondó muy de cerca- que, el 12 de julio de 1774, Enrique hubo de hacer pública penitencia flagelándose ante la tumba de su enemigo.

¿No habrá en toda la carrera judicial patria un solo Thomas Becket que mandar al Constitucional?

5 comentarios:

Lek dijo...

Me temo, mi buen capitán, que no quedan Beckets, sino más bien parece que al contrario :(

Anónimo dijo...

Gracias por la cita, capitán. Me apunto las coplillas, especialmente la de Perico. Y enhorabuena por el blog, lleno de historia e historias.

Anónimo dijo...

Muy bien rimando capitán , que buen rapero se pierde por las notarias.

querida_enemiga dijo...

Me quito el cráneo ante sus textos, Capitán.

Achab dijo...

Lek:

Alguno dará la sorpresa algún día, o eso espero.

Garciamado:

Gracias a usted, que casi siempre aporta un poco de objetividad, ironía y calam al debate.

Freisler:

Y porque los pantalones anchos me quedan fatal. Soy más d ejotas.

Querida_enemiga:

Ah, que los cuernecillos eran asas. Pues quedan monos.