miércoles, julio 04, 2007

La verdad judicial y el misterio de Pimlico

Ahora que ha quedado visto para sentencia el juicio más polémico de la década y que uno de sus juzgadores, aplicándose la venda antes de sufrir la herida, ha recordado la limitada capacidad de los jueces para desentrañar la completa verdad de los hechos cuando estos se presentan en confusa maraña voy a aprovechar para relatarles uno de los más célebres y embarullados casos del derecho criminal inglés, que, en todas partes cuecen habas, lleva 121 años sin solución.

La historia comienza cuando, una mañana de 1886, apareció, sentadito en el sillón de su coqueto piso de Pimlico, acomodado barrio londinense, el cadáver de Mr. Thomas Edwin Bartlett, comerciante. El difunto no presentaba signos externos de violencia, pero, internamente, su estómago, anegado en corrosivo cloroformo, parecía un colador de verduras.

La policía sospechó enseguida de su mujer, Adelaide, una preciosa francesita once años menor que él. La moza tenía movil: el marido era rico, ella era su heredera y, además, la bella francesa se entendía con un apuesto pastor anglicano. Claro, que el marido, todo sea dicho, no sólo lo consentía sino que gustaba de contemplar sus escarceos amatorios desde su mecedora. Al parecer, mientras los amantes se aliviaban el rijo, el cornúpeta aprobaba sus actos con cara de satisfacción. Por cierto, rodar tan extraña escena fue la incumplida fantasía fílmica de Alfred Hitchcock.

Para mayor sospecha policial, unos días antes, el clérigo había comprado, sin disimulo y a petición de su amante, una botella grande de cloroformo en la farmacia de la esquina que posteriormente se encontró vacía en el hogar de los Bartlett.

¿Suficiente para condenar a Adelaide? Pues no, porque, verán, ni el juez, ni el fiscal, ni el jurado, ni nadie presente en el juicio se vio capaz de explicar cómo demonios se podía suministrar un potente corrosivo a una persona sin provocarle el más mínimo daño en labios, boca, garganta o esófago. El abogado defensor no vio necesario llamar a testigo alguno. Se limitó a pedir la absolución de su defendida si nadie era capaz de explicar cómo pudiera hacerse tal cosa. Dado que nadie lo logró, Adelaide fue absuelta.

A los pocos días de la absolución, que fue recibida entre vítores por el público asistente, Sir James Paget, célebre patólogo británico declaró: "Ya que ha sido absuelta y ningún riesgo corre su vida, sería interesante que nos explicara, en interés de la ciencia, cómo demonios lo hizo".

Pero, o bien doña Adelaida era inocente, o bien la ciencia le importaba bien poco, pues prefirió mantener la boca cerrada y volver a Francia con el dinero de su marido y sin el cariñoso pastor. En el fondo es mejor así.

Los misterios pierden mucho cuando llevan manual de instrucciones.


-ooOoo-

P.D. La idea de la sonda es muy evidente... en 2007, pero aducir que Mrs. Bartlett empleó una en 1886, veinte años antes de sintetizarse el plástico, supone crearse un problema, si cabe, aún mayor. Además, si la moza era tan hábil como para construir una máquina del tiempo en el jardín sin que se enteraran los cotillas del barrio, lo del cloroformo tuvo que poder hacerlo sin necesidad de aflojarse el corsé o alterar el continuo espacio-temporal.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues si no fué por la boca, sólo se me ocurre otro orificio "practicable"...ejem, aunque no sé si el líquido llegaria al estómago de ese modo.

Pero para qué cargárselo, si no se llevaban mal, después de todo?
snif!que cosas tan complicadas!

suri kata dijo...

¿Cápsulas? ¿sonda?
Me parece que éstos han visto muy poco CSI.

GUANDARRRR dijo...

Yo también iba a apuntar a una sonda... pero parece muy obvio, así que está claro que algún motivo impide su uso en este caso.
Una jeringuilla gigante?? jejeje

Esther Hhhh dijo...

uhm.... Quizá fue el propio marido el que se autoenvenenó mientras su mujer disfrutaba alegremente de su amante.... Pero la pregunta sigue siendo ¿y como?. Pudieron usar alguna sustancia que protegiera labios y esófago, pero entonces quizá algún resto hubiera aparecido.... Me inclino a la idea de algún tipo de píldora casera. O incluso una geringuilla y un pinchacito en la barriga ¿no?...

Esta tía era lista, muy muy lista. O el marido, porque yo sigo pensando en un suicidio....

Besitossssssss

Anónimo dijo...

Bué, pero si comer pastel de riñones, judías frías, y carne hervida con salsa de menta seguro que te insensibiliza los labios, el paladar, el esófago y demás tripas. Después de años "disfrutando" la cocina inglesa el pobre fijo que agradeció el lingotazo de cloroformo. Al menos sabría a algo.

Achab dijo...

Criaturilla:

Pues sí, la verdad, con lo bien que estaban... los tres.

Suti, Guandar:

Es que todavía no se habían inventado, cachis.

Esther hhhh:

Pues si ellos no lo averiguaron yo tampoco. Hay por ahí un médico con una complicada teoría qu eimplica mezclar el cloroformo con brandy, pero no sé muy bien cómo funciona eso.

Gin:

La mejor explicación hasta la fecha, sin duda.

GUANDARRRR dijo...

Ves... ya sabía yo que algo así pasaba

Anónimo dijo...

Embudo?

Anónimo dijo...

Apuesto por la teoría del embudo, aunque... si hoy por hoy se coniguen burlar las medidas de seguridad en los aeropuertos, donde te incautan el líquido de las lentillas o el rizador de pestañas, por considerarlos armas de destrucción masiva, pero no tienen reparos en hacernos quitar los zapatos (y eso que algunos llevan las armas químicas incorporadas en los pinreles), una dulce francesita pudo haber hecho un pastel...con sorpresa!

Miss Chain