miércoles, septiembre 30, 2009

Tarazona 1484

El borrador de Presupuestos Generales del Estado acaba de llegar a las Cortes. Dado que el partido gobernante no dispone de mayoría absoluta y las relaciones con sus antiguos socios no pasan por su mejor momento -insértese la oportuna reflexión sobre naufragios y roedores-, se prevé una larga negociación conforme a los usos del lugar. Dichos usos consisten, por si no lo saben, en arrimar el fuego a la propia sardina hasta quemar la cena de todos, que es método egoísta y absurdo pero muy avalado por la tradición.

En 1484, Fernando de Aragón e Isabel de Castilla - esposos, primos, católicos y reyes- cortaban el bacalao peninsular. Dos importantes reclamaciones territoriales centraban, por entonces, los esfuerzos de ambos reinos: Castilla deseaba tomar el reino musulmán de Granada, Aragón recuperar el Rosellón y la Cerdaña, condados de soberanía aragonesa ocupados por el rey francés. El pleito aragonés era el más complicado, pues moros quedaban muy pocos y estaban peleados entre sí; franceses había muchos y estaban armados hasta los dientes. Con todo, Fernando consiguió convencer a su santa de dar prioridad, financiación y apoyo a la guerra contra el francés. Seguro de haber conseguido lo más difícil, el monarca convocó Cortes de todos sus reinos en la villa aragonesa de Tarazona. Todo parecía sencillo. Aragoneses, catalanes y valencianos se reunirían por separado, agradecerían la generosa ayuda de los castellanos, decretarían una leva razonable y ya sólo quedaría ponerle las pilas a los franceses a la vera de Perpiñán.


La realidad fue bastante peor. La delegación catalana se limitó a mandar un mensajero para comunicar que reunir sus Cortes fuera del Principado era gravísimo contrafuero aunque se tratase de recuperar territorio propio con el dinero de otros. Los valencianos, que ya estaban de camino, dieron media vuelta para no ser menos que sus vecinos del norte. En Tarazona quedaron los aragoneses, quienes, por estar en su pueblo, no podían protestar.

No obstante, comoquiera que habían puesto comida y casa para que no viniera nadie, los representantes maños no estaban de buen humor. Presentaron un pliego de quejas al rey Fernando donde señalaban que, ni por pienso, irían a una guerra que tan poco parecía importar a los principales beneficiarios. Tras mucho negociar, accedieron a sufragar el equipamiento de medio centenar de piqueros y eso sólo por no parecer tan desleales y avarientos como ciertos vecinos del este que no querían nombrar. La reina Isabel, que empezaba a darse cuenta de lo poquito que se podía contar con los súbditos de su marido, retiró su generosa oferta, le insinuó a su este lo que pensaba de aquellos y se volvió a su reino.

A las pocas semanas, el aragonés siguió su ejemplo y se centró en conquistar Granada. Los franceses, que tenían que estar alucinando en colores vivos, se quedaron los dos condados diez años más.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Andá, que España era España ya de antes! Novísima novedad novedosa.

Soberbio.

Qué tiquismiquis somos cuando queremos; se nota con los valencianos y los catalanes de los que hablas: Hoy en día TODOS nos ponemos tiquismiquis con el parné, pero luego nos da igual ocho que ochenta a la hora de tomar una copa en un bar que acumula cuatro dedos de mierda por vaso.

¡Ah, la ancestral y extravagante sabiduría ibérica, profunda e intelectual cual filete conmovedor (ibérico también, por si acaso).

Saludos.

Achab dijo...

Grénmabar:

Lo llevamos en el genoma ese.